Carta

Amiga, quisiera decirte muchas cosas. Decirte, y perdona si comienzo bruscamente, que hay ciertas ideas en las que tú y yo no nos entendemos, y creo que son éstas. Hablar de la rutina, del mismo día que se repite y se repite, uno tras otro, uno tras otro, no puede ser hablar de la vida. No puede ser hablar de la vida, para mí, cuando aún siento que hay tanto que aprender y que conocer. No creo que veas mal mi deseo de volar y de crecer, porque ese mismo deseo te movió a ti a llegar a donde llegaste. Quizá con los años pensaré como tú, que es mejor dejar de moverse, dejar de estar inquieta. Justo ahora soy como una golondrina atrapada en una jaula, que puede ver todo lo que hay fuera y sin embargo al intentar volar solo se golpea contra los barrotes. La vida de un ave no es para estar encerrada. Las alas están hechas para volar.

Siendo un poco sarcástica al responder a lo que me has dicho, te digo que no quiero irme a la cama hoy y despertar en China. Ni cuando me aburra despertar en Sudáfrica, y después cuando me aburra de nuevo regresar a México dos días para ver como va todo y volverme a escapar. No quiero cambiar de gustos, ni cambiar de gente, solamente quiero crecer, y cambiar porque así tiene que ser. No quiero perder, por ponerte algún ejemplo, a mis compañeros de trabajo. Cierto, hay cierta rutina en ir a trabajar,y cierta rutina también en verlos todos los días, hablar de la escuela, de los alumnos, de los otros maestros. Pero algunas de esas personas forman parte de mi vida de una forma poderosa. Como tú, me conocen, saben cómo soy, que tengo mal carácter, que me quejo mucho, que soy capaz de arrancarle una sonrisa hasta a las piedras y que siempre estoy ahí si me necesitan. Dejar a esos amigos fue para mí muy duro, y lo sería, una y mil veces, pero sé que estarán ahí siempre. Dirás que la gente cambia, me has dicho que no confíe ni me acerque y así estaré mas a gusto con las personas. Pero yo no puedo ser así. Sí, la gente cambia, yo cambié. Tú cambiaste también, y debo admitir que me muchas veces me has desconcertado. Pero me limito a observar y a escucharte y a tratar de comprenderte cuando no te entiendo. La gente cambia, y yo cambié. Me di cuenta cuando regresé de que mi camino se había alejado mucho del de todos ellos, que ellos no se habían movido de la misma manera que yo. Pero también me di cuenta de que siempre estuvieron ahí, muchas veces en silencio, detrás de mí, como esperando la oportunidad de demostrarme que yo seguía siendo importante, que no había desaparecido de sus vidas. Así me sentí muchas veces: que aunque para mí la gente que dejé atrás seguía existiendo y yo quería que siguieran siendo parte de mi vida, al mismo tiempo no podía creer que ellos siguieran considerándome parte de la suya, pensaba muchas veces que había dejado de existir (y también estoy hablando de mi familia, por supuesto). No era así, claro, pero ahora valoro y disfruto cada segundo que paso con cada uno de ellos, porque sé que nada es para siempre, y que en la vida solo tenemos el ahora. Hace un año estaba en Londres, hoy estoy aquí sentada escribiéndote desde nuestro pueblo y no sé donde vaya a estar mañana, pero entiendes el punto.

El cambio es difícil, y tú lo sabes. Y también sabes que es difícil dejar todo lo que conoces por algo o por alguien. Yo no voy a darte lecciones sobre el arte de perder o el arte de la pérdida, porque has sabido enfrentarlo muy bien, a tu manera. Pero las cosas que para ti han representado una pérdida a veces para mí no resultan tan importantes, y lo mismo es cierto a la inversa. Debemos de entender que aunque esencialmente hemos vivido lo mismo, somos dos mundos distintos. Escuchémonos y comprendámonos entonces. Sabes que a veces, cuando no estoy de acuerdo, solamente guardo silencio. Otras, como esta, hablo. Porque quiero que me entiendas. Quiero que entiendas que no quiero de la vida lo mismo que tú.

Cuando digo “estoy sola”, tienes que intentar ver mas allá de lo que te dicen esas dos palabras. No es un lamento en el que puedas leer el exagerado e infundado “siento que nadie me quiere”, porque eso no es verdad. Ni lo creo ni es cierto, y muchas personas, incluyéndote a ti, se sentirían ofendidas si lo pensara en realidad. Cuando digo “estoy sola” trato de no quejarme mucho de la soledad. Lo hago, es cierto, y a veces duele, pero es cierto también que ha sido mi amiga. ¡Le he escrito poemas, en serio! Me ha enseñado mucho, mucho de lo que sé sobre mí, y mucho sobre como debe vivirse la vida.

Cuando digo “no quiero echar raíces sola”, también intenta ver un poco más allá. Hablo de poder compartir. La soledad te enseña mucho, pero si te lo quedas, si te lo guardas todo tú, no sirve de mucho y se arrancia. No quiero echar raíces sola porque necesito poder compartir lo vivido. Estuve sobre el mar, en una isla lejos de mi casa, me caí a un río, estuve sentada dentro de una montaña, caminé por ciudades medievales, vi cosas que jamás imaginé siquiera. Pero lo mas importante: me convertí en lo que nunca me hubiera imaginado, descubrí que había en mí una fortaleza, una determinación y alegría que me hubieran parecido impensables. Miro hacia atrás a mi vida de antes y la veo como un proceso, como un camino muy arduo, en el que tuve que hacerme fuerte y aprender sobre el trabajo y el esfuerzo. Tú lo sabes también, viviste lo mismo, el tener que hacerte independiente, a veces un poco a fuerza. Pero ni tú ni yo nos quejamos nunca, quizá porque pensamos que así debía de ser y lo aceptamos, y siempre hicimos lo mejor que pudimos, aún y cuando a veces fuera muy duro.

Pero me das la razón. Hay que eliminar lo que está gastado, lo que ya ha dado lo que tenía que dar, y por esto mismo me siento así. Digo que quiero escapar, pero también que necesito pensar las cosas, darles vueltas hasta que encuentre la mejor forma, el mejor momento. Es una lástima el que no sea impulsiva: habría cometido muchos más errores, pero habría vivido más. Ya te digo, lo que hace que me sienta atrapada no es la gente, es sentir que ya no me estoy moviendo. Me da la impresión de que para tí no es bueno querer moverse. Claro que también pienso que al enfocarse en lo negativo de la vida uno pierde la visión general y se pierde de todas las cosas maravillosas que pasan. Hace unos meses me encontraba en una lucha feroz contra eso. Podía vislumbrar la belleza de la vida pero justo frente a mis ojos había un par de gafas que solo me dejaban ver cosas tristes y sufrimiento, y por mas que intentaba quitármelas no podía y solo veía lo demás a ratos, por encima o por abajo de los lentes, como quien dice. Fue muy duro, pero también fue bueno, y ahora estoy bien.

No tienes que preocuparte por mí, ni pensar que estoy deprimida. Bien sabes que soy una persona alegre, optimista. Sabes que soy fuerte y que no me doy por vencida. Eres de las pocas personas que sabe cuánto he caminado y lo que me ha costado subir todas las cuestas que he subido. Me has visto crecer y fortalecerme, así como yo he estado ahí contigo. No veo la vida como algo oscuro y triste. ¿Soné como un pobre animalillo desesperado? Ayer estaba un poco mas triste, pero la fuerza vuelve, siempre está ahí. Toma esto como la defensa a mi derecho a sentirme a veces un poco perdida y sin rumbo, derecho que a veces se me niega.